Adios señor arquitecto… De D. Fullaondo

Adios señor arquitecto… De D. Fullaondo

Este último trimestre del curso académico es un buen momento para hacer balance. Hace casi un año publiqué un par de artículos relativos a la formación y la necesidad del arquitecto en la estructura social y profesional que se está dibujando en estos años ligeramente confusos. Intentaré continuar aquellos razonamientos después de varios meses de aproximación lenta pero inexorable hacia Bolonia.

Más allá de manifestaciones callejeras que no acabo de entender, desde el punto de vista general, tengo que volver a recomendar el artículo ‘El conocimiento líquido’ del filósofo José Luis Pardo. No creo que sea estrictamente culpa del llamado proceso de Bolonia, pero es preocupante la mercantilización del conocimiento hacia la que caminamos. Me sorprende cada día más la ingenuidad y estupidez con la que hemos asumido el cambio radical que supone pasar de una universidad encargada de cualificar el mercado, al modelo actual, con el propio mercado erigido en responsable único de cuantificar la universidad que, parece ser, necesita para sobrevivir.

Sin embargo, este cambio de modelo —que desde mi punto de vista es el aspecto central y clave del debate— ya no está en discusión. El mercado manda. Toca, por lo tanto, dentro de este marco general, hacerlo lo mejor posible. En este repliegue del conocimiento ordenado desde el soberano mercado, en este proceso de ablandamiento y licuación, debemos intentar evitar la gasificación o la desaparición total (la aterradora ‘utopía descualificada’, agudamente señalada por Pardo).

Vayamos entonces hacia la arquitectura y su mercado. El escenario profesional de los arquitectos en España se va a modificar radicalmente en los próximos años, aproximándose a aquel que, en mayor o menor medida, es el más habitual en el mundo desarrollado. La enorme complejidad tecnológica que rodea todos los ámbitos de conocimiento que afectan a lo urbanístico y a lo edificatorio ha desbordado los límites de lo que un único profesional puede asumir, por mucha dedicación que destine a su propia formación. A pesar de la postura corporativista de los colegios de arquitectos, es una realidad manifiesta de la actividad profesional la creciente participación de técnicos especialistas de las más diversas áreas en los proyectos de arquitectura a partir de escalas cada vez más reducidas.

Esta es la situación real, guste o no guste. Ante ella es posible adoptar dos actitudes. La primera, la del avestruz: esconder la cabeza, ignorarla y hacer como si no pasara nada. Más o menos, la postura oficial del COAM por ejemplo: defender heroicamente el estado actual de la cuestión, en la ingenua presunción de que con ello se podrá detener la evolución del mercado laboral del arquitecto. Y la segunda: Intentar comprender el complejo panorama en el que nos internamos para poder establecer cuál será el papel o papeles reales que el arquitecto desempeñará en el futuro. Incluso aunque la respuesta no nos agrade o se aleje de nuestra actual actividad.

Puedo comprender, aunque no comparta, la postura táctica de los colegios: mantengamos una situación ya obsoleta, a pesar de que las señales de cambio la hacen ya insostenible, de cara a defender unos supuestos intereses económicos de los profesionales en ejercicio, que desean a toda costa mantener su posición privilegiada. Esto, que puede tener un cierto sentido en el marco de la profesión (aunque, insisto, creo que está equivocado), no tiene ni pies ni cabeza en el ámbito docente y formativo. No tenemos ningún derecho a obligar a nuestros alumnos a pelear las mismas guerras en las que nosotros nos hemos metido (y que, triste e irremediablemente, vamos a perder).

La formación tiene la obligación de preparar a los estudiantes poniendo el punto de mira en la previsible situación futura que se encontrarán cuando alcancen su graduación. Es cierto es que en un panorama tan confuso es difícil y arriesgado hacer predicciones. Pero lo que es aun más indiscutible es que en un escenario de cambio veloz como en el que estamos, el único punto en el que no nos encontraremos mañana es en el que estamos hoy.

La respuesta que está articulando el mayor número de carreras universitarias en sus nuevos planes de estudios parece rondar el tema de la ‘especialización’. No creo que sea la panacea universal; pero sí parece ajustado a la realidad que la sociedad demanda cada vez con mayor determinación que su fuerza de trabajo esté intensamente especializada en una actividad concreta. Ya no se valoran los conocimientos generales o universales, que en otro tiempo eran el pasaporte idóneo para transitar de un problema a otro y proporcionaban una sólida visión general. En la búsqueda de la máxima eficacia, hemos evolucionado hacia lo pequeño, lo táctico, lo particular, el caso; hemos aplazado o eliminado el estudio de lo generalista y universal (entiendo que por inabordable, no operativo e ineficaz). De nuevo, se puede estar de acuerdo o no con este planteamiento, pero parece constatado que los tiempos caminan en esta dirección.

Entonces, la pregunta para nosotros es: ¿qué es lo específico (caso de existir) del arquitecto? Tampoco es fácil la respuesta. Un par de errores frecuentes y una propuesta:

La respuesta actual, la de los colegios profesionales, es decir, todo, es simplemente inviable. No es posible formar un especialista en todo lo que rodea a la actividad arquitectónica. Como decía, simplemente contemplando el vertiginoso desarrollo tecnológico queda descartada esta opción por una simple cuestión de tiempo material.
Las respuestas parciales del tipo: lo constructivo, lo estructural, lo estético, lo urbano… o, desde enfoques de rabiosa actualidad, lo económico o lo medioambiental, presentan al menos dos problemas graves: el primero su propia parcialidad, dejando fuera del ámbito de la carrera universitaria enormes campos de estudio que, resulta evidente, tienen enorme influencia en lo arquitectónico; y el segundo, y más grave, que ya existen técnicos especializados en cada una de esas áreas; en la mayor parte de los casos, con un grado de formación mucho más especializada y evolucionada en cada campo concreto que la que nosotros podríamos desarrollar, ya que no tienen que lidiar con nuestro complejo histórico de hombres totales del renacimiento. Me refiero por supuesto a ingenieros de todo tipo, historiadores del arte, economistas, sociólogos, etcétera… Y, también, por qué no, los futuros ingenieros de la edificación o urbanistas.
Lo específicamente arquitectónico es el proyecto: la capacidad de idear hipótesis espaciales nuevas que expliquen y solucionen problemas y necesidades de los seres humanos. Hipótesis concebidas sobre la base de los más diversos campos, constructivos, estructurales, sociológicos, económicos, culturales, medioambientales, etcétera… todos aquellos mencionados con anterioridad. Pero lo específico de la arquitectura no es el campo particular que se utiliza de soporte, sino el propio mecanismo de elaboración de la hipótesis.
Por lo tanto, aceptando que, tal y como están las cosas, la ‘especialización’ es la única salida posible, la del arquitecto debe dirigirse hacia esta capacidad de generar hipótesis formales nuevas para el espacio del ser humano (real o virtual, por supuesto). Su comprobación y cálculo serán el objeto de trabajo de otras disciplinas especializadas a su vez en cada uno de los campos concretos sobre los que se haya concebido la hipótesis. Pero el propio mecanismo de generación de la hipótesis plausible, no es (de momento) tratado en ninguna otra disciplina. Este será, creo yo, el único valor diferencial de los arquitectos en el futuro.
Via
soitu

Jose Gemez Jimenez
josegemez@gmail.com

José Gémez, nacido en Córdoba en 1977, arquitecto experto en BIM y coordinador y formador del Área BIM de Animum Creativity Advanced School. Concretamente en el Máster - BIM Manager con Autodesk Revit (Título Propio de la Universidad San Pablo CEU). Actualmente doctorando en BIM en la Universidad de Málaga, con la tesis "Tecnología BIM aplicada a la construcción"

No Comments

Post A Comment

A %d blogueros les gusta esto: